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22 febrero

Una vocación saludable

El arte es largo y la vida breve.  Hipócrates.

 

A menudo hablamos de “descubrir la verdadera vocación”. La palabra vocación está emparentada etimológicamente con el término voz, un origen que por sí mismo desvela su significado, “sentirse llamado a…”, como una disposición constitucional que inclina a algo. Con tan cándida sencillez, el asunto puede ocultar trampas que conviene identificar a la hora de escudriñar los arcanos del propio ser.

 La primera cuestión esencial por aclarar es: ¿de las cosas por las que se siente inclinación o llamada, cual es realmente necesaria para el entorno con el que se está dispuesto a convivir? La condición primordial para una vocación saludable es que sea una vocación de servicio a la comunidad. No considerar el grado de demanda social, implica un elevado riesgo dado que no es raro que el ejercicio vocacional no se resuelva tan sólo con el descubrimiento de la verdadera inclinación. Que una vocación no se agota con el hecho de identificar una necesidad social, es verdad. Ahora bien, para que esta pueda expresarse con fluidez, deberá ofrecer un servicio que esté en coherencia con alguna de las necesidades que la propia comunidad demanda.

 La segunda de las trampas a evitar es convertir la vocación en un mecanismo reparador de errores del pasado, es decir, en un intento por disminuir sentimientos de culpa. Pues toda vocación sana hunde sus raíces en un fundamento que va más allá que la esfera psíquica. Al ser expresión de un amor incondicional que invita a compartir la vida, sólo puede nacer de la dimensión espiritual. Consciente de esto, sobrevuela otra cuestión por aclarar: ¿cuál de esas inclinaciones, necesarias para la comunidad, generará la actitud o disposición del espíritu que permita profesarla?

 La idea de profesión presenta una cierta carga de confusión. Profesar es sentir la persistente voluntad de ejercer un trabajo concreto, y declararlo abiertamente a través de la conducta. La profesión es fundamentalmente y en todo caso, la actividad que se profesa, esto es, que se practica con entusiasmo y desde una íntima disposición. Indudablemente todo oficio, y no sólo la carrera universitaria, puede profesarse. Recuerdo cuando el jardinero del edificio en el que vivo, me confesaba su ilusión por tener el jardín más verde del barrio. Una profesión no se define por su complejidad, -como a veces se cree-, sino por el modo de ejercerla. Algunas mañanas, cuando contemplo los árboles y las plantas al salir de casa, no tengo dudas de que la abundancia de amor que reciben, procede de alguien que es un profesional y hombre de vocación. Cuando me cruzo con él, lo saludo con profunda gratitud.

La última trampa de no escasa importante, es aquella que hace referencia a la eficacia, es decir, a llevar a cabo la vocación con solvencia. La creencia generalizada dicta que, del gusto por lo que se hace, deriva la pericia, y que también este gusto fluidifica el áspero camino del aprendizaje. Sin embargo, lo habitual es que la pericia alcanzada acabe siendo el estímulo que despierta el ánimo y el gusto por la tarea. Una pericia que no sólo se alcanza después de un tiempo de dedicación sino, sobre todo, de una dedicación a la formación y mejora de la capacidad profesional. La sentencia hipocrática con la que introducimos este post, es una verdad universal y no sólo representa valor para la medicina. Resolver estas tres cuestiones esenciales, desde el corazón, alumbra en él un entusiasmo y una confianza sólo comparables a los de la buena amistad o del amor maduro.

 Aunque lo sensato sea tener en cuenta la capacidad de la que se dispone para profesar una vocación, ello entraña una gran dificultad al inicio, ya que toda ocupación soñada es a priori pura conjetura. Sólo después de pasar de la pre-ocupación a la ocupación, de ir experimentando la realidad, comienzan a surgir los quebrantos y placeres. De la habilidad para lidiar con los primeros y de saber poner en juego la capacidad de servicio, la dedicación profesional y la solvencia, dependerá el que se profese una vocación, se disfrute con ella y se generen entornos de cooperación enriquecedores y saludables. Por cierto, hablamos de uno de los ejes decisivos para prevenir el estrés, la tristeza y sus perversas huellas sobre nuestras moléculas.

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