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25 marzo

¿Por qué enfermamos?

No sólo de pan vive el hombre…

Mateo, 4

 

En las últimas décadas, la ciencia ha verificado cómo la experiencia esculpe las redes neuronales y conforma el cerebro, cómo toda experiencia modela el cerebro que, a su vez, modula la experiencia, que volverá a modelar el cerebro… Descubrimientos que fueron reconocidos con el premio Nobel de medicina en el año 2000 a Eric Kandel por sus trabajos sobre plasticidad neuronal, la huella que la experiencia imprime en el cerebro.

Ejerciendo así la voluntad, cada uno puede transformarse en lo que es. Quizá seamos los humanos los únicos seres con capacidad de adaptarnos y ser diversos e inteligentes, toda vez que no nos cerramos a experiencias nuevas, a otras culturas o a otros mundos, una posibilidad que no desaparece ni en las horas del ocaso. Enfrentándonos a la variedad de experiencias llegamos a ser únicos. De ahí que carezca de sentido jerarquizar el talento o medirlo cuantitativamente con test psicométricos. No hace al genio la cantidad de talento, sino su singularidad. El genio propio de cada uno resultará de enfrentar su creatividad a las diversas experiencias. Las personas o estudiantes que califican como mediocres, en realidad no han ejercido su voluntad para encontrar el escenario donde desplegar sus mejores potencias.

Una historia conmueve cuando su argumento escenifica un drama universal e inseparable de la condición humana; cuando relata un hecho que, perteneciendo al pasado, re-presenta un acontecimiento actual, generalmente inconsciente, que permanece en curso y no ha culminado su intriga. Porque del pasado tiene valor todo aquello que permanece vivo en la actitud y en la manera de vivir el presente.

Aún ignorando la naturaleza de la frontera imaginaria que media entre lo que físicamente se percibe y lo que psíquicamente se siente, todo señala que la materia del cuerpo y la historia del alma son dos cualidades de una misma realidad. Tal vez por ello William Blake escribiera que el hombre no tiene un cuerpo distinto del alma, sino que el cuerpo es el trozo del alma que se percibe con los cinco sentidos.

Si cerebro y cuerpo se “esculpen” mutuamente en su funcionamiento, tampoco es de extrañar que unas zonas se desarrollen mientras otras involucionan, lo que dependerá de las experiencias que sellan con sus huellas los hábitos que nos conforman. Hoy el debilitamiento físico parece llamar más la atención que el psíquico, posiblemente sea una de las razones por las que hacer pesas tenga más predicamento que otras formas de educación.

Lo que llamamos alma es la vida que anima un cuerpo. Si la materia corporal funciona como un mecanismo, la historia del alma se construye con dramas, y ambos se funden en el psiquismo inconsciente. Lo psíquico no se reduce a meros programas de potenciales eléctricos que se generan en los circuitos neuronales, sino que la dimensión psíquica viene definida por el significado de esos programas. Y tal significado asienta en todo el hombre y no sólo en su cerebro. La mente no es una misteriosa o caprichosa emanación de la materia cerebral, sino una cualidad de significados que van construyendo una trama de argumentos sempiternos y universales.

De ahí que resulte rancio decir hoy que lo anímico deriva del cerebro; más bien, se manifiesta en el funcionamiento de los órganos. De hecho, la conciencia no es algo que exista o no exista de la misma manera que se apaga y se enciende una bombilla. Tiene niveles que hoy se pueden medir y no deriva del cerebro sino que se manifiesta en él.

Es interesante observar que en el niño, antes de que su yo exista como auto-conciencia, el influjo de los padres lo constituyen y lo modelan, y a derivas de esa influencia pre-subjetiva, el mundo se le representará como amistoso o como hostil y forjará en su corazón una confianza o una desconfianza radical hacia la realidad. Toda formación forjada sobre un molde de experiencias o vivencias deformado, es agua que conducirá al anchuroso océano de los estados morbosos. Sufrimiento, abandono, vicio, adicción, estrés o dispersión de la mente, desencadenan el proceso que conduce a la enfermedad, e iniciada en la esfera psíquica, representa en el escenario de la intimidad, el viejo drama de la biografía, que a la postre pocos enfermos recordarán o entenderán.

La medicina no sólo ha descubierto los antibióticos, las técnicas de imagen, los trasplantes de órganos o la plasticidad neuronal; también sabe que es posible abolir los síntomas de una enfermedad sin que esta mejore, o que cuando una enfermedad desaparece después del combate terapéutico, -como si el problema sólo afectara a una parte de la estructura-, el drama que oculta puede empeorar.

Conocer lo que la enfermedad significa como capítulo de una biografía, se hace tan necesario como su alivio: todo drama recóndito guarda aquella interpretación de la realidad que se forjó en el corazón de los primeros años y cuyos efectos se manifiestan en el transcurso de la vida. Esos dramas revelan que vivimos siempre, lo sepamos o no, para alguien a quien donamos lo mejor, que cada célula porta una vocación de trascendencia cuya insatisfacción arruina todas las esferas de nuestro ser; y que todo proyecto egoísta, no es más que una ilusión superficial por ocultar el anhelo de compartir y procede de un malentendido o error en la forja que además de privar la vida de sentido, imposibilita la salud plena.

En el fondo de todo hombre y mujer, está inscrito el anhelo de unidad y convivencia, de trascender los límites de la existencia personal, que no sólo se satisfacen con la bonanza material. Si se comprende que la enfermedad es el resultado de no saciar ese hambre del fondo, se puede aceptar que la medicina es también una empresa cultural, de educación y sensatez que todos podríamos compartir.

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