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16 diciembre

Nota al pie de página

El hombre supera infinitamente al hombre.

Blaise Pascal

En el oscarizado guion de la película Her, Joaquin Phoenix se enamora de la voz que Scarlett Johansson pone a su sistema operativo. Libros y expertos entusiastas de los diversos campos tecno-científicos, afirman que no estamos lejos de que ocurra algo así, que el desarrollo de la inteligencia artificial generará dispositivos que puedan, entre otras cosas, enamorar y enamorarse.

 Aunque parezca un chiste óntico, lo cierto es que estos avances han provocado en Corea del Sur, una sociedad más habituada que la occidental a la convivencia con la inteligencia artificial, encendidos debates en favor de la inclusión de determinados robots en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Para la revolución biomédica es en cambio la propia naturaleza del hombre la que está convirtiéndose en objeto de transformación tecnológica.

El hombre ha asumido así, una responsabilidad moral de tal calibre que no sé si ha tomado el mismo grado de conciencia respecto de tan severo asunto. El poder transformador del ser humano es hoy muy superior al de cualquier otra época. Este poder tecnológico no puede caminar sin el acompañamiento de una nueva consciencia planetaria fundada en la responsabilidad.

 El desarrollo de la biomedicina va camino de proporcionar la capacidad de modificar los componentes genéticos y bioquímicos del cuerpo humano en su raíz. Pronto se podrían modular actitudes y actividades humanas o manipular cuerpos y cerebros de hombres y mujeres. Y es que tomar conciencia de esto es crítico para llegar a comprender todo lo que podemos ganar y perder.

 A este respecto, albergo la discreta sospecha de que pudiéramos estar condenándonos a un siniestro determinismo. Aunque hay quien piensa que con ello se podría curar o reconstruir al hombre, también hay preguntas dilemáticas que plantear: ¿hemos llegado a la cima de la evolución de nuestra estructura biológica y de nuestros comportamientos? ¿Es posible que dejemos de ser sujetos pasivos de nuestra milenaria evolución psico-somática para convertirnos en proactivos constructores de ella?

 Todo cuanto contribuya a mejorar la vida de las personas y a paliar sus enfermedades, representa una exigencia moral insoslayable. Esto constituye la fuente de mi vocación a la que me dedico profesionalmente. Ahora bien, modificar las entrañas de la biología humana, se me antoja una hipótesis que, coincidiendo con la opinión de Francis Fukuyama, bien pudiera suponer la más loca y peligrosa idea del siglo que corre.

 El pasado siglo XX produjo un progreso científico espectacular, tanto en el campo de la física como en el de la biología. En el año 2000, se anunció la secuencia completa del genoma humano, una monumental enciclopedia que atesora la incalculable riqueza de guardar las instrucciones de funcionamiento de nuestro organismo. Todo descubrimiento hecho según el método científico, es una indiscutible fuente de bien para la humanidad, al margen de sus posibles aplicaciones.

 El hecho de que el ser humano pueda comprender el Logos (la Razón) que rige los fenómenos de la naturaleza, confiere sentido a la idea de que ha sido creado en el interior de la matriz de esa Racionalidad infinita, lo que permite apreciar una cierta relación de simetría entre el orden del mundo y el orden de la lógica humana. Y aunque el ser humano no lo comprenda todo, ha adquirido la capacidad de explorar la naturaleza, de captar muchas de sus regularidades y extraer gran parte de su néctar.

 Y como bien para la humanidad, este progreso científico ha de regirse, en todos los casos, entre las coordenadas de los principios éticos. Aunque haya quien expresa su opinión en favor de una ciencia sin vínculos éticos o legales o sin más límite que el derivado de su propio progreso, cuando se reconoce que está en juego la dignidad del ser humano, dicha opción se torna inaceptable.

 En este debate es esencial articular coherentemente el principio de respeto a la dignidad humana con el de la legítima libertad de investigación. Toda alianza entre ciencia y conciencia pasa necesariamente por el reconocimiento de este principio fundamental sobre el que, por cierto, se fundan nuestras sociedades democráticas. No todo lo que es técnicamente posible es moralmente lícito. La ciencia no está desvinculada de nuestras vidas y por ello tampoco puede desvincularse de una estricta observancia de la conciencia ética.

 La medicina moderna comienza a aceptar la unidad intrínseca del ser humano, una compleja red integrada en la que se mezclan subjetividad y corporeidad. Durante la modernidad, las ciencias de la vida se han aproximado al cuerpo humano desde fuera, pero mujer y hombre poseen una dimensión interior irreductible, su conciencia, que no ha sido posible explicar como resultado emergente de la evolución de la materia cerebral. La conciencia pertenece a otro orden y Pascal, como se presiente en la sencilla frase del inicio, fue siempre lúcido y muy adelantado a su tiempo…

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